Ópera: La Traviata, estrenada en 1853 en el Teatro de La Fenice de Venecia.
Autor: Giuseppe Verdi sobre un texto de Francesco Maria Piave basado en La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas.
Gota: María Callas estaba ya en la cumbre en 1958. Idolatrada, perseguida y deseada, a sus cortos 35 años dominaba absolutamente el panorama lírico mundial imponiendo su ley. Era la divina, la más grande, el mundo estaba a sus pies y eso le permitía ciertas licencias. No todo iba a ser Milán, Nueva York o Berlín, no siempre la máxima exigencia, ya podía permitirse bolos de menor nivel artístico pero de primera para su economía personal. Era sencillo, siempre había alguna ciudad importante fuera de los circuitos principales dispuesta a rascarse el bolsillo con tal de conseguir que los focos que arrastraba la Callas les iluminasen aunque fuera por una noche. Y como ya tenían a la diva, el resto del elenco cuanto más discretito mejor, más barato para el teatro y la protagonista encantada, que a menos competencia menos hay que forzar la voz. De esta manera María Callas llegó a Lisboa en el mes de marzo, dispuesta a hacer caja fácil interpretando en el Teatro Nacional San Carlos uno de sus papeles míticos, La Traviata de Verdi. Cartel de no hay billetes, público entregado, Franco Ghione al cargo de la orquesta y entorno a ella un ramillete de desconocidos cantantes que debían limitarse a hacer de compasas a mayor gloria de la diva, los pobres no daban para más.
Pero la vida te da sorpresas y esa noche la historia de la lírica nos tenía reservada una. Resulta que entre ese elenco de comparsas, entre ese ganado cánoro tan bien apartado para el lucimiento de la estrella, se coló un toro bravo. El muchacho que tenía que encarnar a Germont, el otro rol principal del la obra, un cantante descocido a nivel internacional que decía ser español pese a su apellido alemán, sabía cantar. ¡Vaya si sabía cantar! La diva no daba crédito. ¿Quién era ese joven rubio, de ojos claros, y elegante belleza? ¿Quién era ese cantante de técnica sublime que la estaba eclipsando a ella, a la divina? Entre seducida y aguijoneada por esta presencia inesperada, la Callas decidió que a ella no le hacía sombra nadie, y en lugar de seguir el plan inicial, caja fácil sin esfuerzo, destapó el tarro de la esencias, desencadenando una de las noches más mágicas que la ópera haya conocido nunca. Una espiral retroalimentada de voces, interpretación y complicidad entre ambos. Una obra de arte todavía no superada y que entró en el olimpo lírico como La Traviata de Lisboa.
Como es de imaginar, para aquel desconocido cantante que tanto impresionó a la diva ese día marcó un antes y un después. Salió catapultado a la primera fila de los circuitos internacionales donde se mantuvo más de 40 años convirtiéndose en el mejor tenor de la segunda mitad del siglo XX y quien sabe si de la historia. Su nombre era Kraus, Alfredo Kraus.
Se me acaba de poner la piel de gallina, y eso que sólo lo he leído, no he podido todavía ver el vídeo. En cuanto salga del trabajo lo pongo.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias por las gotas.
Una gota espectacular. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuy cierto lo que dices. Hace justicia a lo memorable de esta versión.
ResponderEliminarEs verdad jamás volvió a compartir un escenario con el extraterrestre la eclipsaba y se enojo con el entonces marido y el director del teatro y le enrrostro jamás una sorpresista igual
ResponderEliminarUna maravilla. Hace años que tengo la grabación y acabo de encontrar una nueva, en la que han quitado los ruidos de fondo.
ResponderEliminarLa acabo de comprar. Tenia la original. Una maravilla.
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